miércoles, 26 de marzo de 2008
RAFAEL AZCONA: ¡Qué inmenso Ciudadano!
Con 81 años ha muerto el maestro RAFAEL AZCONA. Era un gran guionista y un demócrata cabal y cachondo que se supo reir como nadie de la censura franquista colándole el que seguramente fue el mayor gol que le metieron a los analfabetos censores que se dedicaban a decidir lo que les convenía o no ver a los , entonces, súbditos españoles del dictador y asesino Franco: EL VERDUGO, el más brutal alegato contra la pena de muerte que jamás se ha filmado y seguramente una de las mejores películas de la historia del cine europeo.
Para estudiar la mugre moral en la que se desenvolvía la vida española durante la dictadura en necesario ver los filmes que el escribió y que dirigieron grandes como Ferreri, Berlanga o Saura . Películas como "El Pisito", "El Cochecito", "Escopeta nacional" etc...y por encima de todas EL VERDUGO, son documentos implacables y lúcidos que reflejan, con una inmesa ternura hacia las víctimas de la situación, hasta qué punto la opresión política, el fanatismo religioso y la pobreza son capaces de degradar al ser humano e impedirle realizarse y ser feliz.
Creo que el mejor homenaje que se le puede rendir es contemplar algunos fragmentos de algunas de sus obras maestras, como EL COCHECITO, de Ferreri o EL VERDUGO de Berlanga, ambas con la impagable presencia del genial PEPE ISBERT.
EL COCHECITO
EL VERDUGO
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3 comentarios:
Azcona se lo va a pasar bien aunque haya ido al infierno: ¡No se van a reir poco los pecadores!
Rafael Azcona estaba y no estaba, pero qué nuestro era. Le vi en una entrevista hablando de los novios que iban a besarse a los andenes, fingiendo una amorosa despedida. Contaba que una noche se puso a contemplar a las Perseidas y se acabó cayendo, pero no de la luna. Escuchaba a su padre cantar mientras cosía y me dije a mí misma: se le nota. Me lo imagino al lado de un cielo amanecido, cruzando las tinieblas por lo llano con un hambre de flores y sardinas, y un libro suficiente y cariñoso abriéndose de luces en sus manos.
Todo lo que narraba era sencillo y cierto. En sus historias de paredes blancas se iban comprando pisos el amor y el olvido. Se iban entreverando el hambre y la vergüenza, la anécdota y el humo, la ternura y el drama. En su flexible mundo, las madres despertaban a sus hijas con un alegre trino de zarzuela, y las niñas llevaban en los ojos esa rumba civil de un un «ay, Carmela». Nos hablaba de rotos y zurcidos. Azcona, a sus personas -que no eran personajes-, les daba siempre un sueño: un refugio, un indulto, un cochecito.
Era un hombre de a pie, de los que no compiten por alfombras, portadas o laureles. Se preparaba él mismo el desayuno. Se inventó a un pobre hombre condenado a dormir con su verdugo. Ése era su talento: amar lo que sin duda despreciaba, hacer de la verdad un sincero argumento, ponerle a cada quien su razón, su palabra. ¿Será mucho decir que si hay cine español es porque fuiste? Fabricaste un espejo con agua turbia y clara. Fue España menos áspera contigo. Todo lo que escribiste se sostiene, porque lo hiciste bien, como un amigo. Y no te toco más: nos lo prohibiste. Porque «los muertos no se tocan, nene».
Ahora pienso que lo que más me gustaba de hacer guiones con Azcona no era escribirlos, sino la excusa para pasarnos las tardes en las cafeterías charlando de lo divino y humano y mirando las piernas de las señoritas.
No sé si al final él era la voz de mi conciencia, porque se hartaba y teníamos grandes broncas para terminar el trabajo.
Yoera siempre un indeciso insatisfecho, dado a la pirotecnia de ideas, y él el cerebro ejecutor con el arte de hacer una impecable construcción de agudezas. Nos unía un común pesimismo hacia la sociedad y sus miserias, la forma de fagocitar al individuo y liquidar toda libertad y sueños.
Aunque quizás si yo daba por perdida toda esperanza, él todavía tenía una oculta fe en el ser humano, una vena romántica, que se guardaba mucho de mostrar, y de ahí su impenitente ostracismo. No sé si en el fondo era un poeta que escribía cine amargo, con todo su penetrante humor, a su pesar. Dejo con él parte de mí. Pensando que, conociéndolo tanto, nadie llegó nunca a conocerlo del todo.
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