viernes, 21 de marzo de 2008

El C's HUGO CLAUS, escritor flamenco, ha decidido morir...

Enfermo de Alzheimer y con sus facultades mentales cada vez mas disminuidas, Hugo Claus ha decidido morir acogiendose a la ley de eutanasia belga. Este ciudadano flamenco, al que le gustaba definirse políticamente con una paradoja, "Soy nacionalista flamenco francófono", recientemente había firmado el documento de 400 intelectuales, flamencos y valones, en defensa de la unidad del estado belga y en protesta contra la incapacidad de los políticos de su país para ponerse de acuerdo a la hora de formar el gobierno federal belga a causa de sus particulares disputas partidistas y nacionalistas, que los enfrentaba a los deseos de la gran mayoría de belgas, flamencos y valones, de continuar manteniendo la federación de Bélgica y contrarios a las veleidades separatistas sobre todo flamencas.

El novelista, poeta, dramaturgo y cineasta, fue designado en varias ocasiones candidato al premio Nobel y en 1998 fue galardonado con el Gran Premio de Literatura de la Comisión Europea.

Vivía en Amberes con su segunda mujer. Este escritor, llamado en muchas ocasiones el Céline flamenco, es autor de más de 23 novelas: "La pena de Bélgica", "El pez espada", "Una dulce destrucción", "Belladona"...; 40 obras teatrales: "Investes", "La prostituta española"o "Viernes"; numerosos libros de poesía y varias películas.

Su caracter afable, vitalista y rompedor lo podemos apreciar en este vídeo, en el que un grupo pop belga adapta una hermosa canción basada en un poema suyo,"Laat me mijn eigen gang maar gaan", cantándola en francés y él da réplica en flamenco , con más feeling que cualquier roquero:




Sobre el nacionalismo que resurje en Europa decía:

"(...)el nacionalismo es en cierta medida una forma de religión. Creer o decir que tu país es el mejor, el más hermoso, el más avanzado, etcétera, es como en la religión, una cuestión de fe. A mí, todo esto de la religión, me hace vomitar. Evidentemente, hay momentos en que me siento cerca de un tipo de nacionalismo como me siento cerca de cierto tipo de religión. Por ejemplo, en América Latina hay religiosos ejemplares. Como ves estoy todo el tiempo añadiendo ideas, no quiero pecar de maniqueísta. Ahora bien, el nacionalismo que está resurgiendo en Europa tiene que ver con el miedo a los inmigrantes y es verdaderamente escandaloso. Respecto al problema de Austria algunos intelectuales han declarado que si Haider alcanza el poder se largan, aunque otros han dicho que lo que hay que hacer es boicotearle. Yo creo que no se trata de hacer grandes gestos, no hay que ser tan estúpido, no es necesario perder los papeles y montar un espectáculo como si de niños se tratara. Hay que tomarse las cosas con calma. El aumento del sentimiento nacionalista en Europa, es debido en buena parte a los inmigrantes. También cuando llueve fuerte es por culpa de los negros. Pero qué duda cabe que es un problema real. A mí no me molesta ver marroquíes o sudamericanos paseando por la calle. Me encanta la gente diferente».

Por último la versión original en flamenco, divertidísima, a cargo del cantante flamenco Bedankt Herman de la canción que le hemos visto arriba compartir con el grupo pop francófono:




...Y la traducción al catalán de un bellísimo poema suyo:

ESCRIC DE TU

La meua dona, el meu altar pagà
Que acarone amb dits de llum.
El meu bosc jove on hiverne.
El meu signe neguitós, impúdic i feble,
Escric el teu alé i el teu cos
En paper pautat I a cau d’orella et promet horòscops nous
I et prepare de nou per a viatges arreu del món
I per a una estada en qualsevol Àustria.
Però amb els déus i les constel·lacions
La felicitat també es cansa mortalment
I no tinc ni casa, ni tinc llit
Ni tan sols em queden les flors d’aniversari.
Escric de tu en aquest full de paper
Mentre tu, com un hort pel juliol, creixes i floreixes.


Descanse en paz el ciudadano HUGO CLAUS, que decidió morir cuando vivir habia comenzado a convertirse en un sinsentido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Publicado en ABC 26.03.08

La pena de Bélgica

POR TOMÁS CUESTA

A Hugo Claus le murieron la semana pasada en un sonado ejercicio de eutanasia. Pedir cita a la parca y anotar en la agenda el horario de trenes hacia el otro barrio es un derecho por el que algunos luchan y que otros consideran una inmoralidad aberrante. Polémicas al margen, el gigantesco autor de «La pena de Bélgica» no quiso que el «alzheimer» le convirtiera en un fantasma y acudió a un hospital a que le despenaran mientras que media Europa aparcaba la crisis penando en los atascos de los días de Pascua. Y tanto las circunstancias de su fallecimiento como el momento que eligió para precipitar el tránsito, han coadyuvado a que su entierro no haya estado a la altura de su talla. El mutis por el foro de Hugo Claus ha echado el telón al siglo XX desde el punto de vista literario. Sigue habiendo tragedias en cartel, sainetes groseros, comedias hilarantes, pero ni los actores son los mismos, ni tienen tantas tablas, ni puede compararse la dimensión del escenario.
Para Claus, el hecho de ser belga era una manera de no-ser y el tiempo ha demostrado que no se equivocaba. Siempre escribió en flamenco, sin embargo, porque era su lengua, no su coartada. Y llegó a convertirse en novelista universal pasando por encima del lloriqueo identitario. Por eso da coraje que en algún obituario se haya motejado de fabulista neerlandés a un personaje que oscilaba entre el mito y la fábula. Claus no concebía otras fronteras que aquellas que se alzan para ser traspasadas. En la vida lo mismo que en el arte. Narrador, poeta, dramaturgo, pintor de brocha fina, cineasta... Hugo Claus tocó todos los palos y se llevó a la cama a todas las vanguardias. Hablando de tocar (y de llevarse a la cama) hasta se desposó con Sylvia Kristel -la mítica «Emmanuelle», la calentura en gran formato-, que, como «touch of class», no era moco de pavo. ¿A quién iba a importarle el Premio Nobel cuando tenía la dinamita en casa? Porque Hugo Claus, a ese respecto, era borgiano y acabó convertido en el perpetuo candidato. Peor para el Nobel, claro.
Borges, precisamente, decía que Quevedo era, en sí mismo, una literatura, no sólo un literato. «Mutatis mutandi», del bueno de Hugo Claus se podría afirmar algo semejante. El cojo espadachín y el burlador mundano desinfectaban la amargura con el cauterio del sarcasmo. Y si aquél se dolía de la ruina de España, éste alzaba la voz sobre una Europa anémica, huera de contenido, sin fibra, sin sustancia. Atrapada en el «lapsus» entre un mañana incierto y un ayer infame. Claus posó su pluma -desdeñaba el teclado- en millares de páginas sin dar cuartel a nadie. Saldó sin titubeos la vergonzosa deuda de sus compatriotas con el régimen nazi. Le sacó los colores a la ramplonería progresista. Se partió el bazo de risa con la modernidad estrafalaria. Puso patas arriba al confortable «plat pays» que iba en derechura hacia el encefalograma plano. Claus fue un moralista a su pesar, un impecable observador que no pecó de doctrinario. Y fue un nítido ejemplo del intelectual comprometido con la lucha diaria. Un compromiso ajeno a la revolución «prêt-à-porter» y al mesianismo «ex cathedra», pero que exige una dedicación en cuerpo y alma. Porque Claus, por supuesto, nunca rompió el carné de militante en la palabra.
Claus levantó un edificio inigualable con un idioma mínimo, casi insignificante. Pero cuando se es grande (grande entre los más grandes) no hay corsés que valgan. Ni los que marcan los políticos, ni los ligados al lenguaje. De ahí que el señor Claus, en «Belladona», dejase a los flamencos con el trasero al aire. Y en purititas bragas a esa legión de ganapanes que ramonean en el páramo de las culturas «sojuzgadas». Para flamenco, él. Y después, «naide». Si en Cataluña, por ejemplo, hubiese un Hugo Claus, doble contra sencillo a que tendría que marcharse. ¿Cabe imaginar a un catalán, dueño y señor de un catalán apabullante, que airee las miserias de los catalanes? Ni el mismísimo Pla se metió en ese charco.
Pero esa es otra historia que aún va para largo. La de Claus se despide a la manera clásica: «Los tuyos no te olvidan». A no ser que el «alzheimer» disponga lo contrario.